domingo, 5 de agosto de 2012

Marzo


No había dormido apenas la noche anterior – cómo todas al principio del Erasmus, eso de acostumbrarse a otra cama no siempre es fácil -. Me sentía cansada y me daba una pereza enorme desplazarme hasta la universidad solo para un simple aperitivo de bienvenida. La comodidad encontrada entre el café, el ordenador y los rayos de luz por la mañana en mi nuevo piso florentino habían configurado un cariñoso magnetismo que me hacía dudar si salir o no de casa. No hacía frío, para ser marzo, así que, tras un impulso movido por curiosidad, en el último momento decidí ir. ¿Qué perdía? Nada, por que aún no había conseguido nada.

Agarré el bus, esta vez sin perderme, y llegué allí. Encontré a una amiga de Barcelona y compartí la primera parte de ese apertivo con ella. Escuché atenta las palabras de una mujer que parecía ser la Rectora de la universidad. Poco a poco ese diminuto lugar se iba atestando de curiosos alumnos erasmus. La mujer acabó su discurso (habló sobre el tanto por ciento de alumnos por nacionalidad, el placer de su universidad por acoger a estudiantes internacionales y esas cosas típicas de bienvenida). Abrió la puerta y nos invitó a entrar a una salita en la que había una larga mesa repleta de comida. Allí empezó el juego.

Los nervios hacían reprimirme un poco, así que la vergüenza se aposentó en mi rostro hasta que al fin me dejé llevar cuando conocí a una chica muy graciosa. Era Iro, griega. Tiró un vaso y no pude evitar reírme. Y le dije, balbuceando mis primeras palabras en inglés en Florencia, algo así como que tuviera cuidado, que los vasos estaban muy vivos. ¿Has sido tú? No, contesté. Has sido tú. Es mi fallo entonces. Y rompimos en inocentes carcajadas. Me llamo Marta. Yo Iro. Llegó el momento de atacar la fruta y allí conocí a dos chicos muy graciosos portugueses. La felicidad atestaba su manera de hacer. Entonces se me acercó mi amiga de Barcelona y me dijo, ¿Has visto ese chico? ¿Vamos a hablar con él? Es español, yo lo he visto en una clase de Comunicación Política. Vamos Marta, está hablando con ese chico, éste es del primer cuatrimestre y están sentados juntos.

Nos acercamos y ella dijo algo como: ¿Vamos al césped a echar unas birras? Empezamos a hablar sin saber nuestros nombres. Me despedí de la chica griega y los portugueses y fuimos al cásped. El chico del primer cuatri se fue y nos quedamos el chico sin nombre, pero que era español, ella y otra amiga suya. Empezamos a hablar de música de manera tempestiva. Como si fuera una pelea, diciendo grupos sin parar y asombrándonos de que la otra persona conociera tales grupos. Puse Phoenix y nos estiramos en el césped. Me escribió el nombre de un grupo de música – que aún no lo he escuchado y ni recuerdo – y sú número en un papel, y yo hice lo respectivo. Cuando llegué a casa me olvidé del papel, seguramente se me habría caído de camino a casa, y me acosté. Alguién me estaba llamando y me despertó de forma repentenia. Era él y esa noche le presenté al resto de amigos que había conocido, también españoles. Era martes e íbamos a ir por primera vez a una fiesta en Signoria, lo que más adelante se convertiría en el “Holy Karaoke”, para mis amigas y para mí.