Odio acabarme los
libros. Es una sensación tan extraña.
Apuras hasta la última línea tu emoción,
pensando a la vez lo mucho que te entristece que a tal creación le esté
llegando su hora. Uno se siente
entumecido, feliz porque al fin ha alcanzado el ansiado clímax de la pieza
literaria que lleva días en sus manos. Pero cuando llega te das cuenta que el
verdadero orgasmo ha sido leerte el libro entero. Desde la primera página,
hasta la última. Sin saber por qué quieres avanzar más y más.
Con Sunset Park me ha pasado algo
curioso. Lo tomé con muchas esperanzas y rápidamente empezaron a mermar. Pero de
repente, empecé a cogerles cariño a los personajes, a vivir con ellos su
desesperación y sus logros. A necesitar un poco más de esa droga. Hasta cambiar
mis propios hábitos de lectura y aprovechar cualquier resquicio del día para
leer, sin descuidar la lectura nocturna diaria. Esa es intocable. Este libro te
hace sentir de nuevo, a creer, a notar las hostias de la vida. Y a la que te
descuidas, te desnuda a ti mismo.
Como el propio Auster añade en una de sus páginas, te hace sentir la extraña sensación de sentirte vivo. Porque a mí, cuando tengo este momento de
incertidumbre al acabar un libro, al sentirme feliz y abarrotada a la vez, es
que ha sido un buen libro.
Y nos acompaña: Ray LaMontagne
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