Cuando escuchaba nuestras canciones me
daban igual. Me gustaba que me recordaran a ti, pero nada más. No me
entristecían por algo que era imposible por aquél entonces, simplemente me
gustaban. Ahora, cuando las escucho, trato de evitarlas y si no es así, es
porque como a todo ser humano, disfruto sufriendo, y prefiero de esta manera,
idealizar lo sucedido y darle un toque aún más dramático. Dicen que el amor y
las relaciones humanas son muy complejos. Yo también lo pienso. Son cochambrosas
si las haces tú así. Pero a veces, las cosas se reducen a un silogismo muy
sencillo. Hay que quemar las cosas cuando están calientes. Si no, pierdes la
oportunidad. Se consume todo por sí mismo. La cosa se complica cuando buscas
calor cuando sólo queda la hiel de esa llama. Cuando tratas de encender algo
que ya estaba mojado e ilusamente, crees haberte calentado cuando encuentras
unos resquicios que aún, curiosamente, parecían secos.
Después de mucho tiempo, te basta sólo una noche para ver lo afortunada que fuiste
por tener a ese alguien a tu lado. Antes, ni lo habías considerado, porque no
te dio tiempo a hacerlo. Entraste en un lapso de seis meses y consumiste hasta
la última gota de esa experiencia. Volviste y eras tú quien estaba
completamente mojada y por la tanto, era imposible que incendiaras. Flujos inversos,
se dice. Así de sencillo pero así de complejo. Ni hay vuelta atrás ni se puede
ir hacia delante. Así es la vida, y pese
a que te consideres una persona especial, el despecho no entiende de belleza,
inteligencia ni pasión. A todos nos llega.