Siempre es triste marcharse de los sitios. Pero
lo es más aún cuando tienes que vaciar todo aquello que habías ocupado tú. Es desolador
ver como aquel espacio que ha sido tuyo durante tres semanas ahora vuelve a ser
anodino, indiferente. Respiras hondo y con una sonrisa lacónica tratas de ser
fuerte y no dejarte llevar por el momento. Entonces, al ver ese vacío, te das
cuenta de cómo el sentido de la libertad, el encuentro con uno mismo y la
generosidad anulan todo lo demás.
Es el momento de pensar en el éxtasis de la
felicidad y cogerlo con mucho apremio, no sea que tarde en volver aparecer.
La canción con la que despedíamos Dublín en el taxi.
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